Solía llegar tarde a la estación, pero no tarde...tarde, solo un poco tarde, nunca perdía un tren, siempre estaba preparada para coger el vagón correcto, digamos que llegaba tarde dentro de los 10 minutos de rigor, aunque últimamente llegaba bien a su hora y siempre perfecta, le daba tiempo a acomodarse en el asiento que quería, a elegir ventana o pasillo y a decidir si quería sentarse sola o acompañada.
Estaba tomando las riendas de su vida y eso se notaba, estaba más guapa que nunca, radiante, sus ojos brillaban aunque la decisión más importante de su vida estaba a punto de tomarla. Tenía que decidir si cogía el tren que estaba a punto de irse, un tren que sabía que no volvería a pasar, tenía el billete en la mano, estaba sentada en la estación de tren, en un banco junto a la vía 1, pero no sabía que decisión tomar, lo había pensado tanto, con sus ventajas e inconvenientes, que siempre llegaba a la misma conclusión: No sabía que hacer.
Recordó una vieja historia que le contaba su abuela, ella decía que para las decisiones importantes había que lanzar una moneda, indicando cara y cruz para las dos opciones a tomar, en este caso, coger, o dejar el tren. Pero lo importante, decía su abuela, no era el resultado final sino que la decisión la sabría justo en el momento de lanzar la moneda y antes de que saliera el resultado, ella se levantó, metió su mano en el bolsillo izquierdo, puso su moneda en la parte superior del pulgar y lanzó la moneda...
¿Queréis saber cual fue su decisión? Yo también. Feliz y fría noche trasteadores.
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